Transcribimos el texto de la homilía pronunciada por el padre abad Guillermo Arboleda, en la Eucaristía de la profesión solemne del hermano Jorge Iván Rendón, el pasado 14 de agosto.
Lecturas de la Feria:
Ez 18,1-10.13b.30-32
Sal 51(50), 12-13.14-15.18-19. R/ 12ª
Mt 19, 13-15
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro” hemos cantado con el salmista; “Oh Dios, crea en mí un corazón puro” es la súplica de nuestro hermano Jorge Iván hoy, súplica que hace eco a la oración y al gran deseo de todos los monjes desde antiguo. El deseo de Dios los empujó al desierto, y la palabra de Jesús dio el sentido a su ascesis en la búsqueda de la pureza de corazón: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
Corazón puro, abierto al amor de Dios, confiado filialmente, unificado en el deseo de Dios y la búsqueda de su Reino, sin idolatrías; corazón puro, corazón fiel. Por ello se fatigaron nuestros padres en la vida monástica, lo dejaron todo y fueron con Jesús al desierto.
“Haceos un corazón y un espíritu nuevo” dice el Señor a Israel por medio del profeta Ezequiel. “El Justo vivirá”, asegura; “convertíos y vivid”, invita a su pueblo que se ha prostituido yéndose tras otros dioses. ¿Acaso puede el hombre por sí mismo realizar tal cambio? ¿Podrá Israel hacerse un corazón y un espíritu nuevo, habiendo constatado hasta la saciedad a lo largo de su historia su fragilidad, su inconsistencia? De ninguna manera. Tarea imposible para el hombre. Por eso el mismo Señor promete una nueva alianza: pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones (Jer 31). Y lo ha realizado por su Hijo Jesucristo. La nueva creación es ya una realidad, por la pascua del Señor; el Espíritu mismo de Dios habita en el corazón del hombre; con corazón nuevo podemos acercarnos confiados al trono de la gracia y decir a Dios: Abba, Padre.
Hombres nuevos, sí, recreados en el Hijo, por el Espíritu, y gratuitamente. Pero la llamada de Jesús a la conversión, para gozar la abundancia de vida que Él ofrece, persiste. Convertíos y vivid. La conversión es seguimiento, acercamiento a Jesús con nuestra pobreza y fragilidad, con la infidelidad e inconsistencia que compartimos con el Israel de antiguo. Confiados, seguros de encontrar vida en abundancia, porque Él ha dicho que de los pobres es El Reino. El relato de los niños que le son presentados, proclamado en el texto evangélico, es eco de esta primera bienaventuranza. Los niños pertenecían al grupo de los excluidos en la sociedad judía de entonces. Más que exaltar unas virtudes especiales en los niños, Jesús afirma que de los que son como ellos es el Reino, porque el Reino es de los pobres, de los frágiles y vulnerables, de los excluidos. Atendiendo a lo que piden quienes los presentan, Jesús impone las manos y ora sobre ellos, esto es: les comunica su vida y la fuerza de su Espíritu e invoca sobre ellos el nombre del Padre, los acoge bondadosamente revelándoles su identidad de hijos. Corazón y espíritu nuevo, don gratuito del Señor.
“Oh Dios, crea en mi un corazón puro” ora nuestro hermano Jorge Iván hoy al Señor. Humilde y confiado ratifica la palabra pronunciada en su primera profesión hace cuatro años, prometiendo, esta vez para toda la vida, vivir como monje. Al final de la fórmula que leerá dice que escribió de su propia mano la petición. Confiado promete, pero su promesa es petición al Señor para que Él realice su buen deseo. El deseo de Dios lo ha traído al desierto, al monasterio. Con los hermanos de esta comunidad camina por la senda de la humildad, guiado por el Evangelio y animado por el ejemplo y la enseñanza de san Benito. El itinerario de la humildad es el camino de conversión que el Señor nos propone a los monjes. Asumiendo confiados y en paz nuestra fragilidad, dóciles al Espíritu, abrimos nuestro corazón a la purificación que Él obra en nosotros por su Palabra vivificadora. Nuestro hermano conoce muy bien su fragilidad, y todos sabemos cómo ha debido asumirla, y por eso, confiado, postrado en medio de esta asamblea, se dispone para que el Señor pronuncie sobre él la palabra que ya le dijo en su bautismo: Tú eres mi hijo, y su Espíritu configure su corazón con el carisma monástico, en el único deseo de Dios, para la santidad y la vida de la Iglesia, pues ha de ser signo del vivir solo para Dios, de la vida en el Espíritu a la que estamos llamados todos los hijos e hijas de Dios.
Como los niños, frágiles, excluidos y vulnerables, fueron presentados a Jesús y Él los acogió, esta comunidad cristiana unida en oración presenta este hermano al Padre y pide que lo consagre para sí, y el Señor bondadoso pone su mano sobre él y por su palabra creadora lo renueva con espíritu firme y acrecienta en él el gozo de la salvación, como lo hemos suplicado con el salmista.
Hermano Jorge Iván, fiel en el seguimiento de Jesús, por el progreso en la vida monástica y en la fe, como nos dice san Benito, con corazón dilatado correrás con inenarrable dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios. El Señor que te ha llamado lo está realizando y llevará su obra a término. Basta que sigas apoyando tus frágiles miembros en tus hermanos, con los que haces hoy también alianza de amor en el Señor, y podrás mantenerte en pie, fiel en la alabanza, y, como san Benito, entregar tu espíritu entre palabras de oración, en la intercesión por los hermanos del mundo entero hasta el final.
Que tu oración siga siendo pues la que has tomado del salmo 118 y que nos has compartido en tu invitación para esta celebración:
“Enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón,
guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo”.
(Sal 118,34-35)
Amén.
y a guardarla de todo corazón,
guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo”.
(Sal 118,34-35)
Amén.