viernes, 30 de julio de 2010

Homilía durante la profesión del Hno. Luis Fernando Cardona


Reproducimos a continuación la homilía pronunciada por el padre abad Guillermo Arboleda, durante la eucaristía del sábado 24 de julio de 2010, en la cual emitió sus votos solemnes el Hno. Luis Fernando Cardona López.



Lecturas de la feria:
Jer 7,1-11

Sal 84(83)

Mt 13, 24-30


“Qué deseables son tus moradas, Señor del universo/ mi alma se consume y anhela los atrios del Señor/ Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”. Es la palabra que el Señor pone en nuestros labios y nuestro corazón en esta sagrada liturgia, y muy especialmente las canta hoy nuestro Hno. Luis Fernando, a quien el deseo ardiente de Dios, que el mismo Espíritu sembró en su corazón, puso en camino, en el seguimiento de Jesús, y por eso hoy se entrega confiado a su Señor para que Él lo consagre para sí y le haga “gozar días felices” en su casa, en este monasterio de Santa María de la Epifanía. Por eso cantamos: “Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre./ Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación/. Caminan de baluarte en baluarte”.

Esta confianza alegre en el Señor es la que nos ha testimoniado Luis Fernando cuando nos invitaba a orar por él antes de su profesión, proclamando con el salmista: “Nada temo porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”.

Confiado en la misericordia de Dios, Luis Fernando ratifica hoy la palabra pronunciada hace cuatro años en su profesión monástica temporal: promete vivir como monje en la Iglesia, según la Regla de Nuestro Padre San Benito, pero no ya por tiempo limitado sino para toda la vida.

Y el Señor, por medio de la Iglesia, de esta comunidad monástica, acepta sus votos, y con la efusión de su Espíritu Santo renueva en él la consagración bautismal, vuelve a decir a su corazón: “Tú eres mi hijo”, y lo sella con el carisma monástico que Él mismo suscitó para la santidad y la vida de su Iglesia, para que como monje sea solo de Dios y enteramente para sus hermanos, al servicio de la comunidad eclesial, por su ministerio de oración.

Celebramos pues una alianza de amor. Luis Fernando pronuncia una palabra confiada que compromete su vida para siempre, y el Señor lo acoge y pronuncia sobre él su palabra eficaz consagrándolo monje para su servicio.

Nosotros, cuerpo de Cristo, elevaremos confiados la oración consecratoria. Quien lo consagra es el mismo Dios; la Iglesia pide este don y Él lo realiza.

El Señor que lo llamó a seguirlo por el camino monástico, lo toma para sí y con el don de su Espíritu lo capacita para responderle viviendo la vida propia de los monjes. Así podrá nuestro hermano Luis Fernando, con todos los monjes y monjas de la Iglesia anunciar, desde el silencio y la soledad, en la vida fraterna, la oración y la escucha, el trabajo y la acogida, la palabra que tiene que proclamar la vida monástica: “SABED QUE EL SEÑOR ES DIOS, QUE ÉL NOS HIZO Y SOMOS SUYOS”.

Esta es la palabra que dirige el Señor a esta asamblea, en la persona misma del monje que consagra para sí: “Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos”. Y por eso la llamada a la conversión, a una vida coherente con nuestra condición de pueblo elegido y amado, que el Señor nos hace por el profeta Jeremías, resuena hoy con especial intensidad. Es nuestra vida en justicia y caridad la que tiene que manifestar la elección de la que hemos sido objeto por parte de Dios, siempre en la vigilancia ante la tentación de “quemar incienso a Baal”, de irnos tras otros dioses.

“Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Vigilantes, sí, porque somos conscientes de nuestra fragilidad; porque el mal brota en nuestra vida como la cizaña que quiere ahogar el don de Dios sembrado por el Espíritu. Pero la palabra de Jesús en la parábola que hemos escuchado, nos asegura, como dirá san Pablo, que “la paciencia de Dios nos empuja a la conversión”, y que el Reino de Dios es realidad ya operante en nuestra historia; el Señor recogerá su fruto en nosotros. Esta es nuestra esperanza, esta es la esperanza de nuestro hermano Luis Fernando que hoy se une en alianza de amor con esta comunidad de hermanos, para hacer juntos este camino de conversión que es la vida monástica, sosteniéndonos unos a otros en nuestra fragilidad, sin anteponer nada al Señor Jesucristo, el verdadero rey para el cual militamos, el cual ha de llevarnos juntos a la vida eterna. Amén.

1 comentario:

  1. Aunque breve, la homilía del Rvdmo. P. Abad está llena de sabiduría. Ha logrado sintetizar en pocas palabras la esencia del acto de la profesión monástica, que no es más que, como él mismo lo describe "una alianza de amor". Muchos saludos a todos, y cuenten con mi oración, tanto por el neo-profeso, como por toda la comunidad monástica.

    ResponderEliminar